El martes 9 de mayo de 1679, recién cumplidos los 52 años,
muere don Miguel Mañara, habiendo manifestado días antes su felicidad por saber que
iba a ver a Dios. Al día siguiente
se entierra a los pies de la Iglesia, sin ataúd y en tierra desnuda, como deja
escrito en su testamento, con una inscripción que reza: “Aquí yacen los huesos
y cenizas del peor hombre que ha habido en el mundo. Rueguen a Dios por él”. En
su testamento deja sus bienes a los hermanos de la Caridad. El 19 de mayo se
celebran sus honras fúnebres en la Catedral, presididas por el Arzobispo Ambrosio Spínola, y
todo el cuerpo eclesiástico de Sevilla, religiosos y regulares, se turnan para
celebrar miles de Misas en sufragio del alma de D. Miguel. El 9 de diciembre se
trasladan sus restos, sin olor y sin descomposición, al sitio actual.
En 1950 la Hermandad recibe noticias halagüeñas. Una investigadora francesa encuentra parte del proceso en el Archivo Nacional de París. Suponemos que como consecuencia del saqueo de Roma por parte de las tropas napoleónicas, entre los documentos expoliados figuraban algunos muy importantes que afectaban a la causa de beatificación de D. Miguel. No sólo habíamos sufrido el expolio de obras materiales (cuadros y otros objetos de valor) en nuestra Iglesia sino también las tropas de Napoleón habían “expoliado” parte de la obra espiritual de D. Miguel. Una vez reunidos los documentos, en 1954 se reinicia el proceso informativo que finaliza con el decreto de 6 de julio de 1985 de SS Juan Pablo II por el que declararon las Virtudes Heroicas y se otorgó el titulo de Venerable al Siervo de Dios don Miguel Mañara. Ese día repicó la Giralda.
Así sea.
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