95 años de vida dan para mucho. Y su entierro también. Pero volvamos a su vida. Descendiente de un rey xhosa, pudo estudiar la carrera de Derecho y ejercer la profesión de abogado. Luchó contra las injusticias al estilo Ghandi, llegando a justificar el terrorismo en sus tiempos de militante comunista hasta que se cometió el primer asesinato y rompió con el terrorismo. Aún así fue condenado a cadena perpetua por sabotaje. Pasó 27 años en la cárcel, tiempo que aprovechó para aprender afrikaner, la lengua de los colonos blancos, para entender mejor a su enemigo. Y no sólo lo entendió sino que llegó a la conclusión de que perdonando a sus enemigos se podía alcanzar la paz, la reconciliación y la democracia en su querida tierra sudafricana. Y así se lo prometió a los gobernantes blancos.
No eran palabras huecas. Conocida es la anécdota de su primer día como Presidente de la República de Sudáfrica, hecho que lo retrata, o de su “interesada” pasión por el rugby. Ha sido Premio Nobel de la Paz y Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
Termino con el final del poema Invictus de William Ernest Henley que, según la película de Clint Eastwood, le reconforta durante su largo cautiverio y le da fuerzas para llegar al día de mañana. “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. DEP
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